De atléticos a indios y colchoneros, pasando por atletistas

"Y usted, no pise ese Escudo..."
Luis, presidente de honor

sábado, 25 de octubre de 2008

Días de escuela (I)

Bien abrigado, llegaba al colegio. Sería allá por finales de los 70, hace no mucho tiempo. Entonces, o los inviernos eran más fríos, o las pellizas no valían más que para diferenciar a unos críos de otros. Las había de herencia, sobadas por toda la ascendencia de hermanos mayores; con parches y zurcidos hasta en las etiquetas. Feas hasta decir basta. Bastas como la padre que las parió. Y aún así, sentías como el frío te ponía un nido de buitre negro en mitad de los pulmones. ¿Es posible que no recuerde si comencé a fumar por calentarlos...? Los pantalones, de pana. O de tergal. Con dos inmensos ojos de sky, o cuero de pastel, a la altura de las rodillas, que duraban cuatro partidas de chapas y una de canicas. Los vaqueros, estaban en las telefunken de blanco y negro (asomaban ya las de technicolor), pues no habían tomado aún la calle de cintura para abajo. Lois, no era nadie por estos pagos. Y Lee, quedaba para los más cultos; como un general de los confederados... ¿Levis?, sí, sí, muy gracioso... Pero ése era su apellido; ¿no se llamaba Jerry, y ponía unos caretos mu raros?...

Bufandita de punto de cruz. O la cruz de la bufandita. Agarrando como cadenas de lana a colorines el collar de una prenda que suponía la mayor de las humillaciones. La indignidad hecha gorro de buzo. Tejido en azul, gris o verde despolle. La prenda de crío-crío, que madre ponía por montera por los siglos de los siglos. Una especie de chupete, llevado sobre la cabeza, con el que deberías de buscar los primeros escarceos pseudo-amorosos. Así, con esas pintas. Los verdugos han llenado más carteras que los propios libros...

Los zapatos, cualquiera valía siempre y cuando estuviera confeccionado en sucedáneo de piel. Que no fueran unos castellanos encargados para la boda del siglo, o unos de charol arrastrados desde las cavernas de la comunión. El zapatero, tenía un curro de pelotas con aquellas fundas de pie destrozadas sistemáticamente. Las conocía al pie de la letra; por dónde solían abrir, en qué lugar convenía reforzar y el tufillo peculiar que cada una despedía. Porque entonces, los calcetines llevaban sistema de refrigeración asistida. Con cierto tiempo de rodaje, que era lo propio, tendían a evacuar el gas por unos orificios o compuertas que se abrían a demanda sobre la acumulación atmosférica en el interior. La hostia, vamos. De patente y tírate a vivir de lamarca. Y sin NASA de por medio. Otros, simplemente le llamaban “tomates”. Los muy catetos.

Allá íbamos. Agarrados por descomunales carteras de sobre, con un única forma que tenían las muy jodías de meterles mano: por la chepa, y del asa. No sé como aquellos zagales no salieron torcíos según fueran diestros o zocatos... O lo que es lo mismo, zurdos. Esos que una vez dentro, el maestro se preocupaba de ahostiar con cierta cadencia. La justa hasta que cambiara de mano. Como Dios en su extensión escolar mandaba. Cruzando por semáforos donde un par de coches seguidos suponía toda una novedad. Una sinfonía de mayores y bajitos, acumulados a la puerta del colegio, mientras el conserje esperaba vestido de contramaestre del almirante Gravina. Tirando de los portones de la cancela, a lo guardia de Buckingham. Santiguandose por la sordi ante una avalancha de chavales y mozas que se le venía encima sin haber tomao aún el café. “Tres minutillos, y se los dejo a los de dentro”, pensaba el amo del calabozo en tanto pretendía poner un algo de orden en las filas. “Los de Dentro”. Esos, sí que tenían un infierno a la carta...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

y que me dices de aquellos gorros de lana que te picaba to el pescuezo y no te dejaban respirar...."los de dentro" siguen teniendo un infierno..."los de dentro"..D E L I N C U E N T E S!!!

Anónimo dijo...

Bien abrigado,
llegaba al colegio,
1960,
hace poco tiempo.
Formados frente a una cruz,
y a ciertos retratos,
entre bostezo y bostezo,
gloriosos himnos pesados.

Despertamos en pupitres de dos en dos,
aún recuerdo el estrecho bigote de Don Ramón,
y la estufa de carbón,
frente al profesor,
la dichosa estufa que no, calienta ni a Dios.

Suena el timbre, al fin.
Bocadillos, recreo, evasión.
Otra tortura más antes del juego,
la leche en polvo y el queso americano.

Sales tuuu, la ligo yo.
Te cambio los cromos, te juego al tacón.

Sales tuuuu, y el gordo después,
apuremos el tiempo, que ya nos meten dentro.

Dos horas de catecismo, y en mayo la comunión,
la letra con sangre entra, otro capón,
tarea para mañana, y puesto el abrigo,
otra copla a los del cuadro, y hasta mañana Don Ramón.

Y ahora tuuu, que pensarás,
si cuando más me oprimían más AME LA LIBERTAD,
Y es a tíiii, a quién canto hoy,
enseña a tus hijos,
o enseña a tus hijos,
A AMAR,
LAAA LIIIBEERRTAAADD.

Lo siento, tío. Pero con esta entrada tuya, me has recodado a mi grupo favorito español por excelencia, la gente que más me han marcado mi forma de ser con sus canciones y sus letras. Estoy hablando, evidentemente, de los míticos ASFALTO.

Qué viejo que me estoy haciendo, me cago en mi puta calavera (conste que la letra te la he escrito de memoria, la tengo enterita grabada en la misma como si fuese en fuego vivo).

Un abrazo, maestro.

cochise dijo...

Es una readaptación, Tomi.
En versión Atleti.
Ahí va la segunda parte. Dedicada a tí, seguidor del Atleti y de los Asfalto.

Con una jarra en la mano.