Fué batalla singular, viven los cielos. De tamaña jaez, que quedado ha en los anales de las trifulcas y barullos, de tal guisa que a cualesquiera follones, de follón, que aconteciesen en familia o república, dícese que se ha montao “la de sanquintín”. Y desta razón nos hallamos los que rendimos Lepanto y entregamos Trafalgar, cuando por aquellos tiempos perdidos en las brumas del antaño, hacíamos lucha en comunidad, bajo el amparo de unos pabellones que lo mesmo fueron Austrias que Borbones. Empero siempre atléticos, pues es aqueste definitorio tanto de musculatura como de noble sangre y elevado Sentimiento. Por más que hasta recién comenzao el siglo XX de Nuestro Señor, no hallaramos aquellos despistaos nacionales el Escudo Escotado en Rojo y Albino, al que arrogarnos en Bandera. Que no es deshonra alguna rendir pleitesía a dos Trapos, de parejo modo que se sirve a la sazón en igual parte a la madre que al padre.
Y ansí, hemos de dar por buen magisterio tomar a comparación aquella batalla, insigne do las hubiere, con aquesta guerra que el almanaque deportivocristiano, sin ronaldos ni gaitas, nos ha tocado a bien arrostrar. Tiempo ha que el ajado soldado de Tercio no tomaba a sus acuestas armas y bagaje, con la fé y la certeza de cruzar espada contra quienes han metío mano en el cocido, a través de generaciones. Olla aquella do se trinchaba poco garbanzo negro, con desparpajo los blancos, y en alguna que otra ventura, morcillo y hasta jamón de la Rutalaplata. Al que es menester en tales cuitas, volver a meter mano; que los hidalgos de raza y prueba de sangre, no es de ley pasen calamidades más que en la literatura de los antiguos maestros. Convengamos entonces que no hay bajo los cielos zagal ni veterano que a día de hoy contemple por razón alguna a condes y reyes tomar partido cuales menestorosos, y hurgar entre los cubos por las sobras.
Apremia a la sazón hallar parlamento acerca destas bondades, y tomar cumplida prestanza de tales dones, a las puertas de San Quintín. Pues de ralea simpar, como correspondenos a los quintos del mil novecientos y tres -1899 pa alguno, sin mayores cábalas pues es confeso del blaugrana condal-, mirarnos a los ojitos sendos, y tomar en la vista del camarada la mesma comprensión de que un grande, además de serlo, ha de parecerlo. Tullido o herido. Manco, tuerto o cojo. Que van repicando las aldabas, y San Quintín llama a las puertas. Y, damas y caballeros de la enseña Rojiblanca todos, aguardado hemos el amanecer desde las eras de las tinieblas. Llegado ha el momento. El adversario se arrima a la punta de la nuestra espada; en un arreón que ha de depararnos cinco o seis de las que dicen batallas capitales. Y, como aquellos valientes cuyo nacimiento en el tiempo hubo de impedirles por razón de siglos saberse del Atleti, hallamos de ceja a ceja medrar gloria y honor. En tanta alforja, si cabe, que no hemos de dar una batalla ni por empatada. Pues es aqueste pensar, patrimonio de tibios, si no de cobardes.
Que se vea. Que aquestos vasallos son teta de monja. Aún de no tener por sí a un buen señor.
¡Atleti, y cierra España!.
S I E M P R E A L A C A R G A.