De atléticos a indios y colchoneros, pasando por atletistas

"Y usted, no pise ese Escudo..."
Luis, presidente de honor

jueves, 15 de octubre de 2009

Sonría, por favor


A Vicente, esa foto le recordaba a aquella otra en Hendaya. Hace ya 60 años. En épocas donde el color no se veía mas que en la vida real, o en el Museo del Prado. Sin eje Recoletos. También aparecían en esa estación francesa dos famosos personajes. Como Romeo y Julieta. Escenificando lo que mas tarde daría en llamarse “buen rollito”. Colegueando, vamos. Tan similar era la escena en sí, que ambos protagonistas conservan cierta filiación en el tiempo. Uno, fue votado; el otro, resultó de un proceso de usurpación. Aunque en el subconsciente de Vicente, hubiera un cambio de papeles. Esto es, el ordeno-y-mando de entonces venía a ser el demócrata de ahora; y el de las urnas de hace más de medio siglo, el golpista en esta instantánea pre-olímpica. Por lo demás, todo perfecto. Hendaya o Madrid, tanto monta, monta tanto.

Poniendonos en el tiempo preciso de cada una de las fotos, el poderío salta a la vista. Entonces, el III Reich arrasaba. Debía parecer tan lógico, tan justo, lo que pregonaba y consumaba…Y casi nadie podía calibrar el modo en que se le iría la mano. A su lado, el amiguete emergente al que le dá caché por un tubo el camarógrafo de entonces, sacandolo de plano junto al rey del mambo. Es lo que tenía haber forjao una grande y libre. No se muevan, que sale el pajarito…
La imagen actual, unos meses antes de que por las Escandinavias pasaran olímpicamente de sus caretos, también tiene su aquél. Tan aquél, que bastante público adyacente, en nombre propio y el de algunas asociaciones y grupos, hizo coros al flash. Y Vicente, no pensaba precisamente en aquellos que deseaban el traslado de corazón. Que los había, y los hay. No. Pensaba en otros. Los que se reían alrededor del fiurer, hace ya una jartá de años. Cuando el ciudadano austriaco estuvo a punto de recoger el Nobel de la Paz, de manos del mundo “civilizado”. Más de cinco décadas antes de que otro aspirante a dictadorcillo furgolero recogiera honoris causas y medallas solapa-prescripciones a tuti plen. Del mismo mundo “civilizado” que el anterior.



“Usté, sale ahí, alcalde”, reflexiona Vicente. Ahí, al lado de don cooperador, que es para las masas don Enrique. A este lenguaraz, le mola aparecer entre sus rayos catódicos. Al lao de reyes, reinas, principitos, ministros, capos y gente de galón y cetro. La jugada de poner esparadrapo a los pregoneros tras cooperar necesariamente en que la Benemérita pasara sin entrada y a hora intempestiva por las ofis de Virgen del Puerto, tenía su continuación en toda esta farándula. Se callen, coño, que ruedo. “La abuelita Paz sale de excursión con la mejor de sus sonrisas”, es el título. Desde que amanece, apetece. Pirarse a lavarse el rostro, digo. De emisora en editorial. Y lavarselo al de al lao. Aunque tenga que torcer la toalla pa secarselo. Así, alcalde, el interfecto en cuestión pierde jébere y gafas de concha por salir junto a los VIPs. En lo que sea. Desde un simposio cultural, a una venta de un Estadio. Total, el fúrgol le pilló ya muy tarde…
“Usté, al-quadí, está cazao en épocas de vinos y rosas”. Debe de ser su particular octubre de 1940, cuando se llevaba el brazo en alto lo mismo que ahora las nintendos DS. Aprovéchelo. Sáquele brillo. Fotografie la instantánea, y esta a su vez con otra, y así hasta que gaste tarjetas de 2016 gigas. Eche unas copitas de champán de por medio. Algún porrete, si eso. Antes de que cojee el imperio. De que se conozca hasta en el último rincón del Madrid del Atleti, que usté solo necesitaba un Club pardillo pa hacerle la cama con su estadio a lo Kefrén & Micerinos. Que escogió al vecino que tenía los mandamases mas desarraigaos y trapicheantes. Que ni siquiera pueden ni saben defenderlo, pues comenzaron robándolo. Porque con el otro, de nunca ha habido güevos. Y, apuntada la víctima, quiso cooperar activamente junto al cooperador necesario y el culpable de estafa, en la consumación de ese Español de Madrid que nadie confiesa perseguir, pero que los hechos se obstinan en mostrar.



Sonría, por favor. Para que, cuando la Historia le juzgue en su Hendaya de sesenta años más tarde, al menos se diga que hacía tratos con delincuentes… Sonriendo.

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