De atléticos a indios y colchoneros, pasando por atletistas

"Y usted, no pise ese Escudo..."
Luis, presidente de honor

sábado, 8 de agosto de 2009

Guerras y batallitas

Decía mi señor abuelo, jugador empedernido de mus, que con la chica no se ganan los juegos. Osease, que jugador de chica, perdedor de mus. Así, a groso modo, cuando uno se sentaba en la mesa pa llevarse las copas por la pati. O chincharlas, que también cabía y cabe. Y no pa echarse la afoto (sí, era afoto, como amoto y como arradio) cara a la galería, ganando un reo con tres pitos y yendo a la madera (más tarde aluminio) como penitencia final a tanto quedarse a ases y doses. Mi señor abuelo, jugaba al mus pa ganar. Ni pa quedar cuarto, ni pa darse un homenaje puntual de amarracos ante los mirones que no siempre daban tabaco. De fijo, no era el masca de la taberna, pero sí uno de los alumnos más aventajaos. Y ya saben aquél dicho de que león, no caza moscas. Sus años, sus veranos e inviernos ante el tapete con 30 tantos pa motarse, habían labrado en su interior una fama, que no le permitía acudir borracho, ni perder partidas por decenas en las timbas. Él era, y así se le consideraba, un buen jugador de mus, y cada tarde echaba su cuarto a espadas pa que así se le siguiera considerando en el pueblo. Podía hasta haber sido del Atleti... No fué el caso, pero de fijo que algún abuelo del que está leyendo esto, sí lo fue. Da un poco igual. No es cuestión de banderas, sino de hacerse camino y entender y defender lo que tanto tiempo y esfuerzo ha consumido pa representarse así mismo. Algunos, lo llaman vergüenza torera. Otros, simplemente honor.

¡Honor!... Vetusta palabra, que parece sacada de un libro de caballería, o de un relato quevediano. Raída acepción, considerada en muchos casos como un arcano y decrépito término, inherente a tradicionalistas o seres inmersos en el pasado. Como si el pasado, la Historia, supusiera un ciégana de necedades donde no es lícito beber, siquiera una miajita. Esas cosillas antiguas, que se ahostian con el corte vanguardista y las modas estrella-fugaz que nos asolan con apenas un trienio de vida. La Historia, es la constatación de los hechos. Una especie de espejo donde mirarnos, y vernos las verrugas. Las liposucciones. Las patas de gallo. Y, desde luego, las curvas, los musculitos y las sonrisas profidén. Un largo camino, donde cada huella marca el polvo del andar. Una inmensa hoja de ruta donde consultar las veredas que cogimos mal, y las que trincamos bien. Un espejito-espejito mágico, que nos ha de servir pa no engañarnos cuando plantamos el jerón ante él.

Cuando Federico Gravina, almirante en jefe de la escuadra española fondeada en Cádiz, decidió secundar las órdenes de otro marino francés, y salir a la mar en busca de la flota británica, de seguro que en su mente gravitaba tanto la palabra “historia” como la palabra “honor”. Él, representaba a toda una Nación que, como mi señor abuelo, había tomado costumbre de sentarse en la mesa pa ganar la partida. Se había codeao con los grandes. Estaba en tó el cotarro. Con ellos. Y les había ganao y perdido guerras, que van más allá y son más profundas y largas que las batallas. Sus enemigos, no eran ni tahitianos, ni georgianos, ni indios de las praderas. Como pa mi señor abuelo tampoco lo fueron el tonto-el-pueblo ni el zagalillo de primaria. Con todos sus profundos respetos. Él, como el almirante español, gustaba a través de los tiempos de batirse el cobre en salones mayores. Uno tirando de naipes, el otro de cañones. Pretendiendo honrar tanto a las generaciones de apellidos que laboraron en las cartas de reyes como en las de navegación.

Gravina, envidiaba a mi abuelo. Nunca lo confesó, pero lo envidiaba. Al menos, el de la taberna podía defender por su propio pie aquél envite a grande. Y el almirante, no. Hacía algún tiempo que, debido a la inoperancia e indolencia de sus gobernantes, la Armada había caído a un segundo escalón. Arrimaito ya a un tercero...Ya no existían álvaro de bazanes. Ni carlos primeros. Ahora, entregaba armas y bagajes a otra bandera. Enarboladas por godoys y carlos de poco tres mucho al cuarto. Eran aliados de los franceses. Acataban sus órdenes, y celebraban sus victorias sobre la pérfida Albión. Hasta tenían literatos propios, que significaban con la mayor de las desvergüenzas que “todo español debiera de ir hoy con los franceses”. Pa que no ganara la guerra la Britania. Lo bueno, es que esto se escribía en los prolegómenos de una batalla de españoles contra franceses. Sí, abuelo. Casi mejor que la posguerra te hubiera sacao de la escuela pa no oir estas cosejas... Aunque ni fueras del Atleti. Tú, que tenías vergüenza torera, honra y barcos, nos hubieras entendido.

1 comentarios:

DavidCuervo dijo...

El atleti de los cuatro cerdos, o del solomillo ;) se nos quedo en pedrete....ni siquiera ya vamos a chicas...